"Repoblar la Tierra"
Todo comenzó con un disparo. Un fogonazo azul a las 4:38 de la madrugada de un viernes tres de febrero de 2012, que le arrancó media cara y la vida en el mismo instante al cabo Rickman, que llevaba tres horas de guardia, estaba helado de frío y pensaba en su chica, Caroline, embarazada de tres meses.
Su compañero de guardia, el soldado raso Thomas Damon, de veintidós años, murió quince segundos más tarde a consecuencia de un tajo de tres centímetros de profundidad que le surcaba la traquea de lado a lado. No se había enamorado ni una sola vez en su vida.
En ese momento, otro joven de veintidós años llamado Pedro, Pedro Hernández, estrellaba su Renault Clio contra un árbol a ciento dieciséis kilómetros por hora, en una carretera comarcal perdida de la mano de dios, en un intento de acabar con su vida, que juzgaba considerablemente perjudicada por acción del desamor.
Doce minutos más tarde, el médico del samur José Manuel Baeza conseguía estabilizar sus constantes vitales en la ambulancia, de camino al hospital de Valdemoro, y le declaraba oficialmente fuera de peligro, aunque había entrado en coma cuatro y no se preveía mejora alguna en los días siguientes.
A las 11:37 del día siguiente, el teniente coronel de la marina de los Estados Unidos Joseph Alan Rickman, tío del fallecido cabo, llamaba a su sobrino para recibir informe de la situación en el destacamento 487, Alaska. No obtuvo respuesta. Siguió intentándolo durante las dos siguientes horas hasta que, desesperado por el mutismo que escupía la radio en todas las frecuencias de la base (incluida la de emergencia), ordenó que se enviara un batallón de elite de marines voluntarios en helicóptero, en una misión clasificada top secret y con nombre clave SpectrumGR.
Dos minutos mas tarde, Greta Etxebarría, de padre vasco y madre belga, despertaba en su habitación del Centre for Language and Speech de Amberes, y tenía un mal presentimiento. Lo achacó a la ausencia de su compañera de cuarto, Allison, pues no le gustaba estar sola. Lentamente se desperezó, se lavo la cara y los dientes y comenzó a prepararse el desayuno.
En ese preciso instante, un general de cuatro galones del ejército israelí le comunicaba a Abraham Schreiber II que ya tenían lo que llevaban tanto tiempo buscando, que la misión había constituido un rotundo éxito, y que los dos pequeños se encontraban ya durmiendo en una base a veintiocho kilómetros de Belén. Éste inmediatamente abandonaba el plato de guisantes con tomate que estaba degustando, se limpiaba la rizada barba con una servilleta, abrazaba efusivamente al general, palmeándole la espalda, y pronunciaba las cinéfilas palabras: -Amigo mío, ¡Esta noche haremos historia! –A lo que luego añadió: -Y maldita sea, me trae sin cuidado lo que puedan decir esos gilipollas de los americanos.